jueves, 12 de agosto de 2010

Can - Tago Mago (1971)


Cuando iba a la universidad algunos de mis amigos escuchaban Can y yo pensaba “¿en serio?” No me entraba en la cabeza que algo así pudiera considerarse música. Al fin y al cabo para mí lo único que importaba era que un grupo tuviera buenas canciones.


Un estribillo épico y un sonidazo de guitarras era como el ABC en el que se desarrollaban mis gustos. Incluso los Sonic Youth con toda su experimentación y ruidaco entraban dentro de mi esquema (que ahora me resulta bastante primitivo)... pero Can me sacaba de mis casillas y siempre lo consideré un grupo de pose.


Ahora estoy en época de transición reordenado prioridades y re-descubriendo discos que había dado por imposibles. Ahora intento escuchar la música como quien mira un cuadro. Descifrarlo, disfrutar de su textura y de las decisiones que han de tomar las personas para llegar hasta ahí. Porque al fin y al cabo si un disco suena a culo es porque quien lo ha publicado quiere que así sea, y probablemente es una decisión mucho más consciente de lo que había creído hasta ahora.


Por supuesto no estoy intentando decir que Can suene a culo. Aunque lo bonito es que eso lo tiene que decidir cada uno...


En alguna de las últimas entrevistas que he leído de los Animal Collective, uno de ellos dice que lo que más les jode es que la gente piense que no se toman en serio lo que hacen o que los ruidos y sonidos que pueblan sus caleidoscopios musicales son una cuestión de azar. Ellos se curran sus canciones tanto o más que los Ramones cuando con dos acordes te soltaban un temazo de minuto y medio que no podías parar de cantar.


Lo más duro de introducir este tipo de música en tu vida es aceptar tanta libertad. Si en el arte como en la música no hay reglas y cada uno escoge las que le gustan supongo somos individuos completamente independientes de los demás... que no hay necesariamente nexos animales que nos unen, y eso, por primera vez en mi vida suena más a terror que a esperanza.